Los que nos dedicamos a la protección ejecutiva, por muchos años, hemos llegado a escuchar sobre varios casos en los cuales los agentes de protección armados dentro de los vehículos blindados al estar ante una agresión y al entrar, por consecuencia, en el estado de “super estrés”*, sacan su arma y abren fuego, poniendo en peligro a todos los ocupantes del mismo y debilitando, a su vez, el blindaje del vehículo.
Uno de estos casos ocurrió hace algunos años en una feria cerca de la Ciudad de México, en donde el protector, al estar acosado por una multitud, entro en un estado de estrés elevado y accionó su arma dentro de la unidad blindada. Lamentablemente, como la mayoría de los fenómenos que ocurren en la proteccion ejecutiva, estos casos también han sido anecdóticos, poco documentados y, por ende, de poca credibilidad. Muchos colegas comentaban que los protagonistas de estos incidentes no han sido capacitados; que son personas improvisadas, sin experiencia en las situaciones de riesgo; que todo este fenómeno no es digno de estudio y que tener armas de fuego en los vehículos blindados es perfectamente seguro.
Sin embargo, el lamentable atentado en contra del Secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, Omar García Harfuch, ocurrido en el 2020, vino a romper muchos conceptos que dábamos por hecho en la protección ejecutiva, entre ellos, el concepto de las armas dentro de las unidades blindadas. De acuerdo con el testimonio que dio el Secretario a los medios de comunicación, fue él mismo quien trató de repeler la agresión desde su unidad blindada: “García Harfuch aseguró a Latinus que trató de disparar a sus atacantes; sin embargo, al tratarse de un vehículo blindado, sus balas quedaron atrapadas en el parabrisas.”**
Omar García Harfuch es un policía de carrera con una amplia trayectoria, un excelente entrenamiento y una comprobada experiencia en combate, por lo que no podríamos decir que la acción tomada se debió a la falta de capacitación o la experiencia, sino a los límites psicofisiológicos que tiene el ser humano al entrar en situaciones límite, en las cuales la reacción (o la no reacción) puede ser tan sorprendente como impredecible, independientemente de la experiencia o del entrenamiento previo del agente. Es por esto que la tendencia del agente de protección, bajo alto estrés, de elevar el riesgo, disparando dentro de la unidad blindada, se ha denominado “el efecto Harfuch”, por ser el caso más documentado y más representativo de este fenómeno en la protección ejecutiva.
Podemos ver que los métodos y las herramientas más emblemáticos en la protección ejecutiva “funcionan” mientras no pasa nada, pero cuando se ponen a prueba en situaciones reales, como las que vivimos en Latinoamérica, no solo se muestran poco útiles, sino también peligrosos.
Ninguna herramienta en la protección ejecutiva, arma incluida, puede ser aplicada por default, ni por políticas corporativas, ya que puede elevar los riesgos. En cada caso se debe aplicar un cuidadoso estudio que incluya diversos factores (“el efecto Harfuch” incluido) para determinar la aplicación de las medidas adecuadas en los momentos y lugares adecuados. Solo así podemos hacer que la protección ejecutiva sea una profesión más segura tanto para los protegidos como para los protectores.
