En un trágico acontecimiento para la protección ejecutiva en nuestro país, el pasado lunes 23 de octubre, en el Poblado de Papayo, México, el Secretario de Seguridad de Coyuca de Benítez, Alfredo Alonso López, y el director de la Policía, Honorio Salinas Garay, fueron asesinados en una emboscada, junto con hasta 10 policías que actuaban como sus protectores.
Este incidente se ha convertido en uno de los atentados más sangrientos y mortales registrados hasta la fecha. Es una prueba lamentable de que un operativo numeroso y fuertemente armado por sí solo no es efectivo. Incluso con 10 protectores armados con rifles de alto poder, no se pudieron salvar vidas ni proteger a los ejecutivos ante un enemigo bien organizado y una emboscada cuidadosamente planificada y ejecutada.
Esto se debe a un sesgo mortífero que hace que los protegidos, los protectores y algunos administradores de seguridad piensen erróneamente que la protección ejecutiva se basa en las armas y la reacción, a pesar de que no hay evidencia científica que respalde este hecho; más bien todo lo contrario. Según estudios a nivel internacional, las armas y la reacción fallan en un 96.2% de los casos cuando se ponen a prueba en condiciones reales. Sin embargo, la mayoría de los esquemas de protección actuales se construyen como si estas herramientas tuvieran una efectividad del 100%.
Protección Ejecutiva y el uso de Arma de Fuego – Estudio de Una Muestra Representativa
Este sesgo mortífero ha causado, solo en México y en los últimos 14 meses, la muerte de 12 ejecutivos y 28 de sus escoltas, lo que suma un total de 40 muertes en poco más de un año. Esto convierte a la protección ejecutiva en una profesión altamente mortal tanto para los proveedores del servicio como para los usuarios, y todo debido a una concepción y práctica equivocada.
Es importante entender que simplemente colocar cualquier cantidad de escoltas en un vehículo seguidor con cualquier tipo de armamento no es eficaz y, de hecho, puede generar una falsa sensación de seguridad. Si el atacante no se ve disuadido por el número de protectores y el armamento, como sucedió en este caso y en muchos otros, el resultado será fatal.
En cuanto al evento a que nos referimos , no tenemos suficiente información para realizar un análisis profundo. Sin embargo, lo que evidentemente falló o no existió es lo siguiente:
1. Inteligencia: no se tenía conocimiento sobre los movimientos y actividades de los grupos hostiles en la zona de desplazamiento, a pesar que los protegidos eran altos mandos policiales con acceso a información privilegiada.
2. Contrainteligencia: los agresores evidentemente contaban con información crítica sobre los lugares de desplazamiento, horarios, armamento, estado de fuerza de los protectores, etc., lo que les permitió llevar a cabo el ataque de manera contundente. Esta información no estuvo debidamente protegida ni manejada.
3. Alerta temprana: llevar a cabo una emboscada capaz de neutralizar a 10 agentes fuertemente armados requiere de una gran movilización y despliegue logístico y operativo, lo cual debería haber sido detectado fácilmente en las horas previas al ataque, en lugares específicos a lo largo de la ruta. Si el equipo de protección hubiera conocido e implementado este tipo de operativos anticipados, la preparación del ataque se habría detectado mucho antes y se habría evitado que los protegidos cayeran en la trampa.
4. Por último, es importante destacar una vez más que los policías sin una preparación especializada en protección ejecutiva no son eficaces e incluso pueden resultar contraproducentes.
Es urgente cambiar la metodología basada en la reacción y la protección cercana para adoptar sistemas basados en la anticipación y la desactivación temprana de las amenazas. Solo de esta manera podremos tener una profesión más segura tanto para los protegidos como para los protectores
