No solo en México o en América Latina, sino prácticamente en todo el mundo, el haber sido policía, militar o marino, se considera un requisito deseable o incluso indispensable para ejercer la Protección Ejecutiva. Muchas empresas de seguridad, y también algunos corporativos internacionales, tienden a dar preferencia a este tipo de candidatos. Esta idiosincrasia forma parte ya de la cultura popular. Las sinopsis de varias películas y series de Hollywood, cuyos personajes principales son “guardaespaldas”, por lo general, señalan que los héroes de sus historias fueron veteranos de guerra, fuerzas especiales, marines o policías de Nueva York, entre otros. Resulta, entonces, que a cualquier empleador le parezca totalmente normal, e inclusive deseable, que el candidato buscado tenga ese background, y que, además, esta característica sea suficiente para desempeñar las tareas dentro de la Protección Ejecutiva.
Sin embargo, esta idea no es correcta. El trabajo dentro de la milicia o policía poco tiene que ver con las competencias laborales requeridas en la Protección Ejecutiva. Desde luego, esto no significa que tanto la formación militar como la policial no sean útiles para un protector. Ciertamente, es de importancia, especialmente por valores como la disciplina y la lealtad, pero no implica que solo por este hecho la persona tendrá todas las habilidades necesarias para desempeñar el puesto de escolta que solicita. Ejemplo de ello es el testimonio de muchos compañeros militares que después de una larga carrera castrense se incorporan en las filas de la Protección Ejecutiva. Particularmente, he trabajado y me he entrevistado con muchos de ellos, y todos, sin excepción, me han confirmado que su trabajo como protector privado se parece muy poco a la experiencia dentro del ejército; además, tuvieron que pasar un largo y nada fácil periodo de adaptación para su nuevo empleo.
Es verdad que en la milicia o en la policía se aprende el uso de armas, el cual, sin duda, es importante, pero sabemos también que la vasta mayoría de los protectores no entran en la situación de usarlas en toda su vida laboral, especialmente si hacen bien su trabajo; y si lo llegan a necesitar, en el 95 % de los casos no les será de mucha utilidad, como lo demuestra el siguiente estudio:
Protección Ejecutiva y el uso del arma de fuego Estudio de una muestra representativa
Desde luego que esto no quiere decir que estas habilidades no sean importantes, ya que el 5 % restante representa vidas salvadas, incluida la propia; sin embargo, no son los factores decisivos en nuestra profesión.
Esta formación inclusive puede generar problemas en el desempeño de nuestro trabajo, ya que la doctrina castrense está enfocada en la guerra, el enfrentamiento, el uso de armamento, mientras que, en la Protección Ejecutiva, justamente estamos buscando evitar estas situaciones, en donde los riesgos para el usuario y el protector sean enormes.
En muchos videos que circulan por las redes, en los cuales los escoltas están repeliendo algún asalto, podemos ver a los compañeros persiguiendo y disparando a los asaltantes, buscando eliminarlos o arrestarlos (lo que es propio de trabajo policíaco o militar), mientras que el protegido, el cual debe ser la prioridad de un protector, en cualquier caso, queda expuesto en el lugar de la agresión sin ser cubierto o evacuado.
Conocemos un caso ocurrido hace 20 años en la Ciudad de México que vale la pena ser usado como ejemplo. El escolta de una persona muy importante, estando en turno, intentó frustrar un asalto contra una transeúnte, cosa que no le competía, ya que el asalto no tuvo nada que ver con su protegido, quien estaba tranquilo en su domicilio. En el innecesario tiroteo, el escolta resultó herido y sobrevivió de milagro, mientras, los medios especulaban que el ataque fue dirigido a esta persona importante, generando, así, problemas de imagen para el ejecutivo. Todo esto fue ocasionado por la falta de formación adecuada en los protectores. El compañero no entendía que ya no era policía y que un asalto en la calle no le compete, ni comprendía los graves riesgos que una acción así representaba tanto para él como para su protegido, aunque sea de forma indirecta.
Todas estas situaciones, junto con otros factores que ahora no analizaremos, provocan que la Protección Ejecutiva carezca de identidad y de estructura propia, y que pareciera depender de los puntos de vista y formaciones particulares de las personas que la ejercen de una manera u otra.
Ahora bien, cada agente de protección llega a concebir a la Protección Ejecutiva de acuerdo con su formación previa. Hicimos un pequeño experimento: se le preguntó a tres escoltas qué harían para mejorar un servicio en particular de Protección Ejecutiva en donde estaban asignados. Uno de ellos fue militar; el otro, paramédico, y el tercero se desempeñaba como bombero. El exmilitar consideró que se necesitaban más armas; el exparamédico propuso mejorar el botiquín e introducir capacitación en primeros auxilios, mientras que el exbombero opinó sobre la necesidad de mejores extintores en las casas y en los vehículos.
Lo cierto es que, probablemente, los tres tenían razón. El problema radica en el hecho de que ninguno pudo ver más allá de su formación previa, lo cual los limitó para tener una visión integral sobre las necesidades del servicio y las maneras de mejorarlo. Esto se debe a que la Protección Ejecutiva aún no ha desarrollado una identidad, una estructura y una escuela propia. Generalmente, se le ha considerado como una escisión, un spin-off de la milicia o algo que cualquier policía pudiera desempeñar. Situación que nos llevó a incluir por décadas una capacitación que casi nada tenía que ver con nuestras actividades, en donde se desarrollaban habilidades que incluían maniobras, acrobacias corporales y motorizadas que los escoltas nunca usaron en su trabajo, mientras que las competencias laborales requeridas a diario jamás se mencionaban. Esto lo explicamos a detalle en nuestro libro Protección Ejecutiva en el Siglo XXI: la Nueva Doctrina.
Es el momento de establecer a la Protección Ejecutiva como una profesión cuyo método y doctrina provengan de una realidad operativa y propia, y no de los prejuicios que le llegan de otras disciplinas que le son ajenas. Una doctrina que promueva la evasión del riesgo, la desactivación temprana de las amenazas y que integre lo mejor de la formación militar, policial y de la inteligencia civil para crear al protector del futuro, capaz de enfrentarse a los retos que nos traen los cambios profundos en una sociedad cada vez más agitada.