Por décadas, la protección ejecutiva, en todos sus niveles, estuvo cimentada únicamente en la utilización de un determinado número de personas, armadas y de traje, cuyo objetivo principal era disuadir con su presencia cualquier intento de agresión en contra del protegido. A lo largo de tiempo, en muchos países, tal estrategia fue suficiente, pues los índices delictivos en varias regiones no eran tan altos. Por supuesto que ha habido muchos ataques en contra de ejecutivos a nivel mundial en este tiempo, sin embargo, a pesar de ello, este esquema de trabajo se siguió considerando funcional.
Se buscaba que los escoltas lucieran lo más amenazantemente posible, que su lenguaje corporal fuera agresivo, que sus trajes fueran oscuros y sus chalecos cafés, llenos de bolsas y banderitas, ostentando sus armas en todo momento. Se podría decir que las habilidades que desarrollaban eran más de carácter artístico que operativo.
Diríamos que el sistema estaba basado en la disuasión y en la reacción. Sin embargo, la disuasión es real solamente si es efectiva; es decir, el atacante sabe que, si actúa, existe una gran probabilidad de que sus acciones se vean frustradas. Como ya se ha comprobado, la reacción es efectiva solamente en el 5 % de los casos, por lo tanto, queda claro que la verdadera base de la protección ejecutiva tradicional no es la disuasión, sino un simple blof. Los crecientes índices delictivos en América Latina lo comprueban, ya que solamente en México durante el último año tuvimos varios escoltas y protegidos heridos o muertos en diferentes tipos de ataques, incluidos los fortuitos asaltos a vehículo.
Estos hechos dividen al mundo en dos grupos: los países y regiones en donde todavía funciona el blof y los países y regiones en donde el blof ya no es suficiente. América Latina, lamentablemente, pertenece a este segundo grupo de países en donde los protectores deben realizar mucho más que funciones ornamentales.
Algo semejante sucede también a nivel seguridad presidencial, ya que los recientes ataques contra diferentes mandatarios, como la cachetada al presidente de Francia, Emmanuel Macron, la pedrada al presidente de Chile, Gabriel Boric, así como el ataque con una botella de agua contra su predecesor, Sebastián Piñera, prueban que, inclusive a este nivel, no hay un sistema de detección temprana de las amenazas, que los altos ejecutivos son vulnerables y que los agresores entendieron que toda esta faramalla no es más que blof fácil de doblegar.
Por supuesto, no pretendo decir que todo el proceso de la protección ejecutiva tradicional es una simulación, ya que también tiene elementos reales que le dan cierta efectividad. Lo que quiero subrayar es que en la protección ejecutiva moderna se debe dejar implementar el blof (pues resulta contraproducente) y seguir desarrollando modelos operativos que favorezcan la evasión y la detección temprana de las amenazas para hacer que esta profesión sea más segura tanto para los protegidos como para los protectores.