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Executive Protection Institute

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El asesinato de Carlos Bildmart: las armas no son la solución.

El antiguo concepto de protección ejecutiva basado en las armas y en la reacción sigue cobrando vidas. El empresario Carlos Benítez “Bildmart” falleció el pasado viernes 26 de agosto a causa del atentado que sufrió un día antes sobre la avenida Insurgentes de la ciudad de Cuautla, Morelos, en donde también perdieron la vida dos de sus escoltas, mientras que su hija de 13 años resultó herida.

De acuerdo con las versiones periodísticas, el ataque ocurrió cuando la víctima bajó de su camioneta en compañía de un agente de protección para recoger a su hija del colegio. En ese momento varios sujetos los atacaron con armas de grueso calibre y los protectores que tenía asignados por parte de la Comisión Estatal de Seguridad (CES) repelieron la agresión, provocando una balacera que al final resultó en la muerte del empresario, dos protectores y un presunto agresor.

Una vez más el ataque ocurre en “la costura”: una exposición al ambiente de mayor riesgo que se genera en los momentos de llegadas y salidas. Una gran parte de los ataques de este tipo ocurre durante las “costuras”, por lo que estas exposiciones se consideran los espacios más peligrosos para los protegidos y los protectores, especialmente cuando ocurren en lugares y horarios de rutina.

Como ocurre en la protección ejecutiva tradicional, este operativo estuvo basado en la protección de cerca y en el uso de armas de fuego. Sin embargo, como lo muestra nuestro estudio (Protección ejecutiva y el uso de arma de fuego), las armas en la protección ejecutiva fallan en más del 96 % de los casos en condiciones reales; y, lamentablemente, este no fue una excepción. Basar la seguridad del protegido en una balacera es algo totalmente insensato, pues las consecuencias casi siempre son fatales.

Resulta evidente que al esquema de seguridad le faltaron por lo menos dos medidas de la protección ejecutiva anticipada: contravigilancia y alerta temprana:

El hecho de que el ataque ocurra en una “costura” y en un lugar y un horario de rutina implica que los criminales previamente seleccionaron cuidadosamente el lugar de ataque, después de un tiempo prolongado de observación y seguimiento de la víctima. Si se hubieran implementado las actividades de contravigilancia, los criminales hubieran sido detectados y el ataque habría sido desactivado meses atrás.

Asimismo, los agresores debieron haber esperado en puntos específicos alrededor del lugar del ataque varios minutos (o más) antes. Si los agentes hubieran realizado sus actividades de alerta temprana, en lugar de estar amontonados todos alrededor del ejecutivo, sin duda habrían detectado la presencia del comando criminal con armas largas y hubieran evitado que el ejecutivo entrara en la trampa.

Lamentablemente, se le confió todo a las armas y a la reacción de último momento, lo que jamás ha dado resultados. ¿Qué más tiene que pasar y cuántas personas más tienen que morir para que nos demos cuenta de que estas medidas arcaicas no sirven? Solamente cambiando nuestra forma de entender y practicar la protección ejecutiva e implementando nuevos métodos de seguridad anticipada podremos hacer esta profesión más segura tanto para los protegidos como para los protectores.

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