Nombre del autor:Ivan Ivanovich

Protección ejecutiva de funcionarios y celebridades. Evolucionando al concepto de CIRM

Protección ejecutiva, de funcionarios y celebridades… Evolucionando al concepto de CIRM

Protección ejecutiva, protección a funcionarios, protección a celebridades, protección VIP a personas son muchos nombres. Para unos, sinónimos y, para otros, incluso profesiones totalmente diferentes. Hay una gran confusión en los nombres que describen nuestra profesión, acompañados por la confusión metodológica igualmente intensa. Decían los antiguos romanos nomen est nomen para expresar su creencia de que el nombre de algo o de alguien representa su destino y su esencia. Por esto, es muy importante tener adecuadamente definido el nombre de nuestra profesión, ya que de este se deriva también su metodología.

Para empezar, es fundamental definir si se trata de una misma profesión o no, ya que muchos insisten en que la protección ejecutiva, la protección de funcionarios y la protección de celebridades son profesiones distintas. Si bien es cierto que hay diferencias considerables en los recursos disponibles, algunas amenazas puntuales, al igual que la situación legal de los agentes, comparten los mismos objetivos: evitar daños intencionales y no intencionales, proteger la imagen, evitar situaciones incómodas, encargarse de la comodidad protectora, proteger la información sensible y cuidar la parte jurídica; así como las mismas medidas: inteligencia, contrainteligencia, seguridad física y electrónica, vigilancia y contravigilancia, análisis de rutas, avanzadas y logística, protección de cerca, etc. Está muy claro que, al compartir los mismos objetivos y métodos, aun con distintos alcances, se trata de una sola profesión con diferentes subvariantes.

Ahora bien, ¿la definición de protección ejecutiva es adecuada para representar esta profesión? No. Porque, para empezar, no todas las personas que protegemos son ejecutivos, como ya vimos. Por otro lado, en una empresa tenemos muchos ejecutivos, y no todos cuentan con protección, ni mucho menos del mismo tipo, así que el nombre no aplica. Lo mismo vale para el concepto protección a funcionarios. Por otro lado, el nombre protección VIP, acuñado hace muchas décadas, y que por sus siglas en inglés significa “protección a personas muy importantes”, tampoco es adecuado en una sociedad cada vez más horizontal en la que vivimos. Las organizaciones de hoy promueven la equidad y la inclusión, considerando que todas las personas son importantes, por lo que difícilmente aceptarían las distinciones tipo VIP, que pertenecen a otra época. Así mismo, ¿quién y cómo decide quién es muy importante y quién no, y bajo qué criterio? Lo de “protección a personas” tampoco es adecuada, ya que es mucho más vaga que todas las demás y describe menos lo que estamos haciendo. Finalmente, el concepto de “protección de cerca” representa una idea arcaica y peligrosa, ya que se propone repeler las agresiones a un lado del ejecutivo, lo que por definición eleva los riesgos y es, por tanto, la acepción menos pertinente.

Por lo tanto, ¿cuál sería el nombre que más nos acerca a la realidad de lo que estamos haciendo? Las personas que protegemos ya sean ejecutivos, funcionarios, celebridades, luchadores sociales o periodistas, tienen, si les llega a pasar algo, un impacto crítico en los países, organizaciones, grupos sociales y culturales a donde pertenecen, lo que es fácilmente definible y cuantificable. De tal manera que no hay ningún elitismo al definir a alguien como “individuo de impacto crítico” (IIC o CII, por sus siglas en inglés Critical Impact Individual), ya que el impacto se puede calcular de manera relativamente fácil.

¿Podría llamarse, entonces, protección de CII? Tampoco, porque la palabra “protección”, de acuerdo con el Oxford Languages, significa: “acción de proteger o impedir que una persona o una cosa reciba daño o que llegue hasta ella algo que lo produzca.” Proteger implica impedir cualquier daño, o sea, comprometernos a llevar los riesgos a cero. Pero la verdad básica de seguridad en general es que el riesgo cero no existe, por lo que la palabra protección tampoco es adecuada. Nuestro trabajo realmente es manejar y gestionar los riesgos de personas con impacto crítico (CIRM por sus siglas en inglés Critical Impact Individuals Risk Management).

Este nuevo concepto implica un cambio de enfoque, ya que involucra al ejecutivo en primer lugar. Ya no somos los acompañantes de protección que solamente lo siguen y disparan, sino gestores de riesgos (los cuales pertenecen al mismo protegido) que buscan mitigarlos mediante diversas medidas de gestión, en las cuales él o ella y su entorno también participan.

Por supuesto que el nombre comercial de protección ejecutiva perdurará por mucho tiempo; sin embargo, es importante que los profesionales sepan hacia dónde va nuestra profesión; que se acaben las confusiones con respecto a los nombres y las profesiones y que nos identifiquemos como gestores de riesgos que trabajan en conjunción con el cliente y no como simples acompañantes. Esta es la evolución y la integración de la protección ejecutiva, de celebridades, funcionarios y VIP al único concepto de CIRM.

Protección Ejecutiva: el riesgo de las armas dentro del vehículo blindado

Los que nos dedicamos a la protección ejecutiva, por muchos años, hemos llegado a escuchar sobre varios casos en los cuales los agentes de protección armados dentro de los vehículos blindados al estar ante una agresión y al entrar, por consecuencia, en el estado de “super estrés”*, sacan su arma y abren fuego, poniendo en peligro a todos los ocupantes del mismo y debilitando, a su vez, el blindaje del vehículo.

Uno de estos casos ocurrió hace algunos años en una feria cerca de la Ciudad de México, en donde el protector, al estar acosado por una multitud, entro en un estado de estrés elevado y accionó su arma dentro de la unidad blindada. Lamentablemente, como la mayoría de los fenómenos que ocurren en la proteccion ejecutiva, estos casos también han sido anecdóticos, poco documentados y, por ende, de poca credibilidad. Muchos colegas comentaban que los protagonistas de estos incidentes no han sido capacitados; que son personas improvisadas, sin experiencia en las situaciones de riesgo; que todo este fenómeno no es digno de estudio y que tener armas de fuego en los vehículos blindados es perfectamente seguro.

Sin embargo, el lamentable atentado en contra del Secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, Omar García Harfuch, ocurrido en el 2020, vino a romper muchos conceptos que dábamos por hecho en la protección ejecutiva, entre ellos, el concepto de las armas dentro de las unidades blindadas. De acuerdo con el testimonio que dio el Secretario a los medios de comunicación, fue él mismo quien trató de repeler la agresión desde su unidad blindada: “García Harfuch aseguró a Latinus que trató de disparar a sus atacantes; sin embargo, al tratarse de un vehículo blindado, sus balas quedaron atrapadas en el parabrisas.”**

Omar García Harfuch es un policía de carrera con una amplia trayectoria, un excelente entrenamiento y una comprobada experiencia en combate, por lo que no podríamos decir que la acción tomada se debió a la falta de capacitación o la experiencia, sino a los límites psicofisiológicos que tiene el ser humano al entrar en situaciones límite, en las cuales la reacción (o la no reacción) puede ser tan sorprendente como impredecible, independientemente de la experiencia o del entrenamiento previo del agente. Es por esto que la tendencia del agente de protección, bajo alto estrés, de elevar el riesgo, disparando dentro de la unidad blindada, se ha denominado “el efecto Harfuch”, por ser el caso más documentado y más representativo de este fenómeno en la protección ejecutiva.

Podemos ver que los métodos y las herramientas más emblemáticos en la protección ejecutiva “funcionan” mientras no pasa nada, pero cuando se ponen a prueba en situaciones reales, como las que vivimos en Latinoamérica, no solo se muestran poco útiles, sino también peligrosos.

Ninguna herramienta en la protección ejecutiva, arma incluida, puede ser aplicada por default, ni por políticas corporativas, ya que puede elevar los riesgos. En cada caso se debe aplicar un cuidadoso estudio que incluya diversos factores (“el efecto Harfuch” incluido) para determinar la aplicación de las medidas adecuadas en los momentos y lugares adecuados. Solo así podemos hacer que la protección ejecutiva sea una profesión más segura tanto para los protegidos como para los protectores.

Tres pasos para frustrar un ataque

Las agresiones perpetradas en contra de los ejecutivos por los delincuentes profesionales implican un proceso de preparación relativamente largo. Este incluye varias fases, tales como: recolección de información sobre la víctima, observación y seguimiento de la misma, la elección del lugar adecuado para el ataque, posicionamientos específicos y la planificación del tiempo (minutos y horas) antes de la agresión.

A continuación, compartimos tres pasos para cortar el ataque antes de que suceda.

Contravigilancia.

El ataque en contra de un ejecutivo dura solo unos instantes, pero su preparación implica tanto la observación como un seguimiento prolongado de las actividades de la víctima, el cual puede durar meses. La contravigilancia detecta y desactiva el ataque en esta fase temprana de observación, pero sin exponer al protegido a los riesgos y a la incertidumbre que implica la reacción.

Control de las “costuras”.

En el argot de la protección ejecutiva llamamos costuras a las exposiciones del ejecutivo en ambientes no controlados de mayor riesgo. Por ejemplo, los pasos que el ejecutivo tiene que dar al salir de un edificio para entrar a su vehículo representan una costura. Una gran cantidad de ataques, atentados y magnicidios se han dado a lo largo del mundo durante las costuras, desde atentado en contra de Ronald Reagan en los ochenta hasta el reciente asesinato del empresario mexicano Martín Rodríguez. Mediante la planeación y comunicación con el ejecutivo, las costuras deberán ser eliminadas a través de salidas y entradas que no generen exposición, siendo estas recortadas, reduciendo la longitud y el tiempo en la costura, o bien tendrán que estar reforzadas con el uso de agentes de protección.

Intervención y alerta temprana.

Si todo lo anterior falla, tendremos que responder a la fase final en la preparación del ataque. En esta fase los agresores se posicionan en un punto previamente seleccionado desde donde la víctima es vulnerable. Este punto implica una exposición, paso obligado para el ejecutivo, un “punto de ahogo”, pero a la vez será de fácil huida para los delincuentes.

Las operaciones de alerta temprana detectan estos puntos de riesgo y los intervienen con anticipación, descubriendo a los agresores en su fase de espera, lo cual pone en alerta al equipo de protección y evita que el ejecutivo entre en la trampa, desactivando así el ataque minutos antes de que ocurra.

Estos tres pasos reducen significativamente los riesgos, haciendo de la protección ejecutiva una profesión cada vez más segura tanto para los protegidos como para sus protectores.

La protección ejecutiva moderna no solo más efectiva, sino financieramente más inteligente

Uno de los grandes retos de la protección ejecutiva es mantener un equilibrio entre la efectividad operativa y el costo/beneficio de su aplicación. Las empresas privadas y los grandes corporativos continuamente buscan reducir costos, sin embargo, con frecuencia, los esquemas operativos terminan mutilados y, por ende, resultan poco efectivos.

No podemos ahorrar presupuesto al mismo tiempo que elevamos el riesgo al que se expone el ejecutivo, cuya seguridad nos fue confiada; pero, tampoco podemos derrochar recursos en esquemas operativos cuya efectividad resulta cuestionable.

El gran problema de la protección ejecutiva tradicional, basada en la disuasión y en la reacción, es que fue operativa y financieramente insostenible. En términos generales, para disuadir a algo más que a un asaltante callejero común, en el esquema tradicional, se requería de, por lo menos, dos escoltas armados, lo que implicaba, aparte del vehículo principal, un vehículo escolta y dos choferes más, uno para la unidad principal y otro para la patrulla; cuatro agentes en total, mínimo. Si calculamos solamente el costo de los salarios, las armas y la depreciación de la patrulla, yéndonos por un precio mínimo relativamente viable (sin contar el valor del vehículo principal), el costo anual de este esquema, a groso modo, superaría los dos millones de pesos mexicanos (aproximadamente 100 000 dólares americanos), sin contar los aguinaldos, los gastos de equipos varios, uniformes, comunicaciones, capacitación y adiestramiento, registro de los elementos ante las respectivas autoridades, las utilidades de la empresa de seguridad (si fueron contratados a través de una), finiquitos y liquidaciones (si se genera rotación del personal), centro de control, GPS, etcétera.

Vemos que se trata de un costo sumamente elevado, pero si a esto le agregamos que dicho sistema de trabajo, basado en la reacción y en la disuasión, de acuerdo con los estudios, tiene solamente un 5 % de efectividad en condiciones reales, queda claro que el costo/ beneficio de este esquema simplemente no existe.

Afortunadamente, la protección ejecutiva moderna, basada en la inteligencia, contravigilancia y alerta temprana, resulta mucho más efectiva y económica, ya que, para el equivalente al caso anteriormente mencionado, solamente se necesitaría de un chofer ejecutivo y un agente de alerta temprana en una moto, mientras que las tareas de inteligencia y contravigilancia periódica serían confiadas a empresas especializadas sin generar gastos fijos. Todo el esquema apenas llegaría a la mitad de lo presupuestado en el esquema tradicional mencionado y, además, se tiene la ventaja de poder desactivar los posibles ataques mucho antes de que ocurran, sin exponer al ejecutivo a los riesgos que implica la reacción, proveyendo, a su vez, un servicio discreto que cuida también de la imagen de la organización y que reduce la exposición del ejecutivo al riesgo.

Algunos podrían decir que sería todavía más barato tener solamente un chofer escolta; sin embargo, existe el amplio consenso entre los expertos de que un solo conductor, por capacitado que esté, no puede reducir los riesgos a un nivel deseado para que este concepto pueda ser llamado protección ejecutiva. Esto lo demostró de forma lamentable el asesinato del empresario mexicano Martín Rodríguez, en enero del año pasado.

Es por tal motivo que el concepto de protección ejecutiva moderna, basado en la detección temprana de las amenazas y en la reducción de la exposición del ejecutivo al riesgo, es operativamente mucho más efectivo que el sistema tradicional, mucho más económico y, también, más seguro tanto para los protegidos como para los protectores.

La paradoja de las armas

Para muchos profesionales, el arma de fuego es un requisito indispensable en el ejercicio de la protección ejecutiva. No pocos justifican esta creencia con el hecho de que la mayoría de los ataques contra los ejecutivos se efectúan con armas de fuego, de lo cual deducen que, de igual forma, estas se necesitan para defenderlos. Sin duda, tal conjetura puede parecer bastante lógica y razonable si no fuera por lo contundente de las estadísticas, las cuales señalan que, en situaciones reales, la efectividad de las armas en la protección ejecutiva es solamente del 5.3 %, como lo arroja este estudio.

 

Las armas de fuego resultan ser muy efectivas para los atacantes (ya que tienen un 94.7 % de probabilidad de éxito) pero bastante malas para los defensores, pues la probabilidad de que les sean útiles es realmente mínima. Esto se debe a múltiples factores, los cuales se describen y detallan en el libro Protección Ejecutiva en el Siglo XXI: La Nueva Doctrina.

Aquí solamente queremos destacar que hasta los equipos de protección más afamados, como el Servicio Secreto de Estados Unidos y la Seguridad Israelí, sucumbieron ante los agresores inclusive solitarios, a pesar de contar con una enorme ventaja tanto numérica como de armamento sobre los agresores.

 

De esto se desprende la “ecuación de la reacción”, la cual se refiere a que la capacidad de un equipo de protección ejecutiva para reaccionar es directamente proporcional a la ineptitud del propio agresor, ya que un ataque bien planeado y sorpresivamente ejecutado rara vez deja un espacio en el cual la reacción es humanamente posible. Esto lo atestigua Olivera Ćirković, ex integrante de la banda internacional Pink Panthers, famosa por sus ataques quirúrgicamente planeados contra objetos y personas a lo largo del mundo. En cientos de acciones, cuidadosamente preparadas, los guardias y escoltas armados de las víctimas nunca lograron realizar ni un solo disparo, antes, terminaron tirados en el piso con las manos en la nuca. Olivera nos platicará más sobre estos ataques y la manera de evitarlos en el EP Summit de este año en la CDMX.

Es claro que el uso de armas en la protección ejecutiva debe estar sujeto a un estudio de riesgo previo para cada servicio, estudio que, además, dependerá de múltiples factores. Lo que queremos destacar es que el uso de armas no necesariamente representa una herramienta indispensable, sino más bien auxiliar; y que las operaciones de la protección ejecutiva no deben estar centradas en su implementación, sino mejor aún en aquellas estrategias que permitan anticiparse y evitar los riesgos con el objetivo de salvar las vidas tanto de los ejecutivos como de los protectores.

Es claro que el uso de armas en la protección ejecutiva debe estar sujeto a un estudio de riesgo previo para cada servicio, estudio que, además, dependerá de múltiples factores. Lo que queremos destacar es que el uso de armas no necesariamente representa una herramienta indispensable, sino más bien auxiliar; y que las operaciones de la protección ejecutiva no deben estar centradas en su implementación, sino mejor aún en aquellas estrategias que permitan anticiparse y evitar los riesgos con el objetivo de salvar las vidas tanto de los ejecutivos como de los protectores.

La mayoría de las medidas más usadas en la Protección Ejecutiva (CIRM) no reducen los riesgos

Si alguien intentara vender dos llantas y un volante como si fuera un vehículo completo, seguramente se convertiría en objeto de burla, ya que nadie en su sano juicio estaría dispuesto a pagar el precio completo de un auto solamente por algunas de sus partes, por más importantes que estas sean, pues, por sí solas, no cumplen con la función de trasladar personas de un punto a otro, como sí lo haría el auto completo.

Sin embargo, justamente esto es lo que ocurre muy a menudo en la protección ejecutiva (CIRM), en donde se ofrecen solamente algunas partes del sistema de protección, partes muy importantes, sin duda, pero que por sí solas no reducen los riesgos para los ejecutivos quienes las contratan sin conocer sus verdaderos alcances.

Las medidas que no reducen los riesgos (o no lo hacen significativamente) por sí solas son:

  1. Arma de fuego.

De acuerdo con estudios, su alcance en condiciones reales es un poco mayor al 4 %, lo cual, en efecto, podría salvar una vida, pero es muy poco para bajar los riesgos a un nivel óptimo. A su vez, en ciertas condiciones y en ciertas zonas de operación, las armas de fuego pueden elevar los riesgos en lugar de reducirlos. Muchos consideran que su ventaja principal es la disuasión, y esto es cierto, en el caso de delincuentes de poca monta, pero no si consideramos a los grupos criminales bien organizados. El arma de fuego puede reducir los riesgos significativamente en conjunto con otras medidas, mas no por sí sola.

  1. Un solo chofer a veces mal llamado “chofer escolta”.

Un solo chofer, ya sea armado o no, y aun con el debido entrenamiento, no puede reducir significativamente los riesgos, ya que por sí solo no puede manejar con efectividad las “costuras”. Esto lo comprobó de forma lamentable el asesinato del empresario mexicano Martín Rodríguez, ocurrido en enero del 2021 en la Ciudad de México.

  1. Centro de control, GPS, botón de pánico, equipo de reacción.

No cabe duda de que un centro de control y monitoreo es absolutamente necesario y representa la base para cualquier operación de protección ejecutiva, pero, por sí solo, no reduce riesgos. En el caso de un ataque, nos va a dar información precisa de dónde y a qué hora ocurrió y mucha más información invaluable para después poder investigar y, eventualmente, en el caso de que se trate de un secuestro, dar con el paradero del ejecutivo, o apresar a los delincuentes, pero, su uso aislado no evita que el ejecutivo sea atacado.

Este centro, por lo regular, siempre está conectado con las autoridades y/o tiene un equipo propio para reaccionar en el caso de emergencia. Todo esto es muy útil, pero su empleo por sí solo no ayuda a prevenir ni a reducir el riesgo de que el ataque ocurra. Si tomamos como ejemplo el atentado en contra del Secretario de Seguridad Ciudadana, Omar García Harfuch, quien tenía a toda la policía de la ciudad bajo su mando, y la cual llegó realmente muy rápido, nos percatamos que todo esto no fue suficiente para evitar que tanto el secretario fuera gravemente herido y que dos escoltas y una transeúnte resultaran asesinados. Si esto pasó con el máximo mando de la policía, no podemos esperar mucho de un equipo de reacción particular, por muy bueno que sea. El ataque dura solo unos instantes, mientras que el equipo de reacción puede tardar varios minutos en desplazarse, según sea el caso. Esto puede ser muy útil a la hora de auxiliar al ejecutivo al cambiar una llanta (que no es un caso menor) o algo semejante, pero no para reducir los riesgos de un atentado, robo o secuestro.

Medidas que sí reducen los riesgos:

 

  1.  Inteligencia

Proporciona información sobre delitos de mayor impacto que pueden afectar al ejecutivo, señalando los lugares y los horarios en los que son más frecuentes en las zonas de la operación. Esto permite evitar lugares y horarios de mayor riesgo e implementar medidas adicionales para reducir la exposición y la vulnerabilidad. Si el centro de control es alimentado con esta información, se pueden reducir los riesgos frente a diferentes delitos.

 

  1. Contravigilancia 

El ataque a un ejecutivo dura solo unos instantes, pero su preparación implica tanto una observación como un seguimiento prolongados de la víctima que puede durar meses, como lo vimos en los ataques en contra de Norberto Ribera, Omar García Harfuch y el más reciente en contra del empresario restaurantero Eduardo Beaven. La contravigilancia detecta y desactiva el ataque en esta fase temprana de observación sin exponer al protegido a los riesgos y a la incertidumbre que implica la reacción.

 

Como prueba de esto, se citan las palabras de Olivera Ćirković, exlíder de la famosa banda internacional Pink Panthers: “Si durante el proceso de observación y estudio de la víctima nos abordaba un agente de seguridad para preguntarnos lo que hacíamos ahí, o si tomaba nuestras placas vehiculares, de inmediato desistíamos de este objetivo”.

 

Olivera fue juzgada por ser organizadora del grupo criminal que cometió 116 ataques espectaculares en contra de instalaciones y personas en 35 países.

 

  1. Intervención y alerta temprana.

Las operaciones de alerta temprana detectan los puntos en donde se ubican los agresores minutos antes del ataque y los intervienen con anticipación descubriéndolos en su fase de espera, así se pone en alerta al equipo de protección y se evita que el ejecutivo entre en la trampa.

 

  1. Vehículos blindados.

Según sea el caso y la necesidad, los vehículos blindados con un chofer debidamente entrenado reducen significativamente los riesgos durante los traslados.

 

De este breve análisis podemos ver que las medidas más “populares”, las más vendidas, como el arma, el “chofer escolta”, el GPS y el grupo de reacción no reducen los riesgos, mientras que la contravigilancia, la alerta temprana y otras medidas que realmente reducen los riesgos no se usan o tienen una participación mínima en el mercado de la protección ejecutiva.

 

Solamente una combinación de todas las medidas previamente citadas, y también de acuerdo con un estudio de seguridad debidamente desarrollado para cada caso, pueden llevar a los riesgos a un nivel óptimo para hacer de la protección ejecutiva una profesión más segura para todos.

La amenaza contra la Jefa de Gobierno y los nuevos retos de la Protección Ejecutiva

 

El 13 de Septiembre pasado, el C5 de la CDMX recibió una denuncia anónima en la cual se dijo que un supuesto traficante de armas, señalado como “Neri”, planeaba atentar contra la Jefa de Gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum, y que, una vez consumado el hecho, intentaría comunicarse con un famoso programa de radio con el objetivo de “ganar notoriedad”. Las autoridades actuaron rápidamente y ubicaron al sujeto en cuestión. Se observó que la situación no representaba algún riesgo para la mandataria capitalina. Ante estos sucesos, cabe hacerse varias preguntas: ¿Se trató solamente de una pésima broma? ¿Alguien quiso hacerle una mala pasada a tal “Neri”, montando todo el show? ¿Es un caso cerrado? ¿Habrá que desestimar todas las futuras denuncias anónimas semejantes?

Mientras tanto, y derivado de la turbulencia provocada por el asunto, tal situación lleva a pensar que no solamente son los terroristas, los criminales o los cárteles de la droga, aquellos que pueden poner en peligro la integridad y la vida de altos funcionarios. Los individuos mentalmente desequilibrados, pero con la capacidad suficiente de planear y ejecutar acciones ofensivas, representan un serio peligro para los ejecutivos. Esto lo aprendió, muy a su pesar, el Servicio Secreto de los Estados Unidos el 30 de Marzo de 1981, cuando John Hinckley hirió de gravedad al entonces Presidente Ronald Reagan, en un desafortunado intento de llamar la atención de la actriz Jodie Foster, objeto de la obsesión de Hinckley. Otro individuo con características similares es Mark David Chapman, quien lamentablemente logró el objetivo de volverse una trágica celebridad al asesinar al legendario músico exbeatle John Lennon, el 8 de Diciembre de 1980 en Nueva York.

 

Este tipo de personas se han convertido en una seria preocupación para los especialistas en la protección de altos funcionarios de muchos países porque, a diferencia de grupos terroristas y criminales, tales no podrían ser oportunamente identificados, infiltrados e intervenidos. Es decir, son personas que actúan de manera solitaria. El atacante potencial puede ser cualquier individuo tratando de acercarse al protegido desde la multitud.

En busca de soluciones, el Servicio Secreto de los Estados Unidos, en 1997, publicó un estudio llamado “Exceptional Case Study Project”, de R. A. Fein y B. Vossekuil, en donde se analiza la vida y el comportamiento de las personas que atacaron a los protegidos del Servicio Secreto a lo largo de su historia. En el estudio se definen ciertas características que pueden ser útiles para prevenir este tipo se agresiones. Sumado a esto, y de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la pandemia por la COVID-19 tiene efectos negativos en la salud mental de la población, por lo que es probable el aumento de este tipo de intimidaciones en todo el mundo.

El caso en torno a la amenaza contra la Jefa de Gobierno parece estar cerrado. Como ya se ha mencionado, la persona señalada en la denuncia fue ubicada y se determinó que no representaba riesgo alguno. Sin embargo, el comportamiento del sujeto que realizó la denuncia llama particularmente la atención, pues en la forma de pensar y en las acciones que éste le atribuyó a “Neri” son reconocibles cuatro características presentadas en el documento del Servicio Secreto como posibles señales de peligro:

  1. El interés inapropiado en la mandataria capitalina.
  2. Inclinación y preferencia de la persona en cuestión por las armas.
  3. El deseo de la persona de llegar a la “fama” mediante un magnicidio, ya que, posterior al mismo, deseaba contactar a un “famoso conductor de radio”.
  4. La persona comunica a alguien más su intención de cometer un acto de esta naturaleza.

 

Tomando en cuenta esto, es de suma importancia mantener ubicado al denunciante, quien debería pasar el proceso de evacuación, señalado en el documento de Fein y Vossekuil, con el objetivo de determinar si representa un peligro para la Jefa de Gobierno o para alguna otra figura pública.

 

Existe una regla básica en la Protección Ejecutiva: toda amenaza debe ser tomada en serio. Por tanto, las autoridades de la CDMX hacen bien en investigar este asunto a fondo, especialmente si se toman en cuenta los tres factores antes mencionados y el aumento de este tipo de riesgos para los ejecutivos, derivados, en cierta medida, de la crisis de salud mental ocasionada por la pandemia.

 

Es el momento de reforzar la seguridad de nuestros altos funcionarios contra estas y otras amenazas. Debido a los cambios en la sociedad, ahora los ejecutivos no quieren ser vistos con un dispositivo de seguridad numeroso para no afectar su imagen pública; sin embargo, la Protección Ejecutiva moderna no implica rodearse de “trajes negros y lentes obscuros”, sino en desarrollar actividades preventivas y discretas que sean capaces de intervenir las amenazas, mucho antes de que se cumplan. Todo esto se explica y se detalla con amplitud en mi libro Protección Ejecutiva en el siglo XXI: La Nueva Doctrina.

 

Este tipo de situaciones son una razón más para enfatizar la necesidad de la creación de una nueva institución especializada en la protección de altos ejecutivos, de carácter civil, por parte del Centro Nacional de Inteligencia, la cual, y tomando como base valores como la prevención y la discreción, sepa cómo atender oportunamente estos y otros tantos peligros que van en aumento en una sociedad moderna cada vez más agitada.

El mito del cinturón de seguridad, una falacia peligrosa que puede ser fatal.

El mito del cinturón de seguridad es otro de los grandes y peligrosos mitos en la protección ejecutiva. Al realizar trabajo operativo, muchas veces podemos ver a los compañeros protectores en sus unidades, ya sea en el vehículo escolta o en el vehículo principal, sin el cinturón de seguridad; o bien muchas veces amarrándolo encima del asiento para evitar el molesto sonido de alerta de seguridad que emite el vehículo. Aquí, de entrada, llegamos a la paradoja del agente de seguridad que no obedece las reglas básicas de seguridad. Esta peligrosa falacia se debe a la falsa enseñanza (inculcada desde hace décadas por seudoinstructores) que dice que un escolta no debe usar el cinturón de seguridad porque se vuelve más lenta su reacción.

 

Como lo hemos mencionado en otros artículos y estudios, la reacción en la protección ejecutiva en situaciones reales solo es eficaz en el 5 % de los casos, lo que, de entrada, hace que el argumento en contra del uso de cinturón de seguridad se vuelva irrelevante; pero, de todas maneras, vamos a analizar un poco mejor este peligroso mito en la seguridad ejecutiva.

Al no utilizar el cinturón de seguridad, el escolta no solo pone en grave peligro su integridad personal, en el caso de un accidente automovilístico, sino que pone en peligro a todos los ocupantes del vehículo, independientemente si ellos usan el cinturón o no, ya que, dependiendo de cómo ocurra el choque, la persona que no lleva cinturón puede salir proyectada o rebotar en diferentes direcciones y golpear a los demás pasajeros. Como sabemos, en condiciones de riesgo normales es mucho más probable un accidente automovilístico que un ataque armado, así que el escolta, al no ponerse el cinturón, eleva el riesgo en lugar de reducirlo.

El hecho de que los escoltas no usaran el cinturón de seguridad más de una vez fue utilizado por los delincuentes para poder eliminarlos sin realizar un solo disparo. En el libro Protección Ejecutiva en el Siglo XXI: La Nueva Doctrina se describe un secuestro ocurrido hace varios años en la Ciudad de México en donde los delincuentes, al percatarse de que los escoltas no llevaban puesto el cinturón de seguridad, utilizaron una camioneta para golpear al vehículo escolta de atrás, mismo que chocó contra el auto principal. Los escoltas proyectados sobre el parabrisas quedaron inconscientes y el secuestro se consumó en un instante. La situación se vuelve todavía más peligrosa cuando el escolta, que no usa el cinturón, se encuentra dentro del vehículo blindado. Esta posición, en el caso de algún accidente, también implica un gran peligro tanto para el protegido como para su familia, pues, de la manera ya explicada, el escolta puede ser eliminado en un instante por los delincuentes. Así que no tener el cinturón de seguridad no solo representa un daño grave para los pasajeros, sino que facilita el trabajo para los delincuentes.

 

Por otro lado, ¿qué pretende hacer el escolta en el vehículo blindado en el caso de una situación de riesgo? ¿Sacar su arma y disparar dentro del vehículo blindado y, eventualmente, matar a los ocupantes con las balas que reboten en el interior? ¿O abrir el vehículo blindado para disparar y así exponer al ejecutivo ante el tiroteo? En ambos casos, la acción solamente agravaría la situación y, por ende, de ninguna manera justifica el hecho de no tener el cinturón de seguridad puesto.

Asimismo, el no tener el cinturón abrochado constituye una violación al Reglamento de Tránsito, por lo que el vehículo puede ser detenido en cualquier momento por la policía para ser infraccionado, lo que ocasionaría retrasos y molestias para el ejecutivo.

 

Finalmente, todos aquellos que han recibido una capacitación medianamente buena en protección ejecutiva y conocen la técnica saben perfectamente que el uso del cinturón de seguridad (o quitárselo, en su caso) no retrasa en absoluto ningún tipo de reacción, por lo que no usarlo carece de cualquier fundamento y, además, aumenta significativamente los riesgos en lugar de reducirlos. Una vez más, dentro de la protección ejecutiva, el conocimiento a medias y una capacitación defectuosa son mucho peor que la ignorancia.

Escoltas armados en eventos públicos

Me considero escéptico en cuanto al uso de armas en la protección ejecutiva, no porque piense que no sirvan, sino porque su limitada efectividad está sobredimensionada y, a menudo, generan más problemas que soluciones.

Ejemplo de ello son dos casos ocurridos en menos de un mes: uno en Argentina y otro en México. El primero de ellos ocurrió el 14 de noviembre pasado, en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, durante un acto político del economista Javier Milei, cuando un agente de seguridad amenazó con sacar su arma en contra del público. El otro tuvo lugar el 5 de diciembre de este mismo año, durante el concierto del Grupo Codiciado, en Mexicali, Baja California, en donde un escolta disparó su arma después de alegar con un fan y golpearlo, cuando este buscaba tomarse una fotografía con Erick Aragón, vocalista del grupo.

Afortunadamente, en ambos casos, no ocurrió una tragedia; sin embargo, se ha generado una mala imagen, no solo para las personalidades que estos agentes protegían, sino para todos los profesionales quienes nos desempeñamos en esta noble actividad. Imagen que, por otro lado, ya venía golpeada por varios escándalos en las redes sociales durante los últimos años.

Muchos colegas me comentan que es mejor portar un arma para que sea usada “cuando se necesite”, pero el gran problema es cómo podemos ver y cómo podemos saber cuándo se necesita realmente, pues, para esto, se requiere de una sólida formación profesional. Lamentablemente, muchos de los protectores están formados con los cursos que se basan más en las películas de acción que en la realidad, “entrenamientos” en donde se presenta al arma como la única solución a todos los problemas que puedan surgir. Los tristes resultados de esta capacitación son evidentes en estos dos casos.

El entrenamiento en protección ejecutiva debe ser regido por la regla 45-45-10; es decir, 45 % del tiempo de entrenamiento debe estar enfocado en dominar los conocimientos y habilidades que se utilizan en el trabajo diario de un protector; otro 45 % debe estar centrado en dominar aquellas estrategias y prácticas que nos permitan evitar situaciones de riesgo, mientras que el 10 % restante se debe emplear en el manejo de emergencias.

Los protegidos, particularmente aquellos que son figuras públicas, deben tener en cuenta qué clase de formación tienen sus protectores, si realmente valoran su imagen, su situación legal, así como su integridad física.

Protección ejecutiva, de funcionarios y celebridades… Evolucionando al concepto de CIRM

El protegido como jefe de escoltas, un gran riesgo en la seguridad ejecutiva.

Uno de los problemas más frecuentes y difíciles para todos los que trabajamos en la protección a ejecutivos es, sin duda, el hecho de que la mayoría de los protegidos asumen dos roles distintos a la vez: el que les corresponde naturalmente como protegidos, y otro, que no les corresponde, como jefes de su propia escolta.

 

Es importante señalar que el ejecutivo, en la mayoría de los casos, no está capacitado para ninguno de los dos papeles; ni para el de protegido ni mucho menos para el de jefe de escoltas que, con frecuencia, intenta usurpar. Sobra decir que el hecho de ejercer una actividad, pero sin tener las competencias pertinentes en una profesión peligrosa, implica un riesgo latente y constante que ya costó tanto vidas de muchos escoltas como de protegidos.

Los ejecutivos, por lo general, ocupan un lugar jerárquico muy elevado dentro de sus organizaciones; están acostumbrados a dar órdenes y se les hace fácil empezar a dirigir a sus agentes de protección sin tener conocimientos para hacerlo, inclusive piensan que no se necesita conocimiento alguno para ello. Por otro lado, en la mayoría de las veces, los escoltas y los responsables de servicio de protección no se atreven a contradecir a los ejecutivos por el justificado temor de perder sus trabajos o de perder al cliente, si se trata de una empresa de seguridad que proporciona el servicio de protección. De tal suerte que dejan que el usuario “juegue” con su equipo de seguridad, poniendo en peligro su vida y la vida de sus escoltas.

 

Los usuarios, con frecuencia, señalan a los escoltas la distancia a la que ellos consideran que los protectores deben de estar en diferentes situaciones; mandan a los escoltas con todo y vehículo a realizar diferentes tareas mientras ellos están en un restaurante; dividen al equipo de protección ordenando al chofer que realice unas actividades mientras le ordenan al escolta que haga otras; mandan a los protectores a descansar y los dejan “francos” antes de que terminen sus actividades, o los mandan a cuidar a sus amigos o familiares. Todas estas impertinencias han sido la causa de varios atentados y secuestros.

El ejemplo más reciente es el secuestro del candidato a la alcaldía de Uruapan, Michoacán, Omar Plancarte Hernández, ocurrido en mayo de este año, quien fue privado de su libertad por un comando de delincuentes. A pesar de que contaba con un numeroso grupo de escoltas, estos, sin embargo, no lo estaban acompañando, ya que él les había ordenado que se fueran a atender a su esposa. Este es solamente un ejemplo de muchos en donde los ejecutivos se ponen en un grave peligro e inclusive pierden la vida por “jugar” a ser jefes de su propia escolta.

 

Imagínense que el protegido es dueño de una aerolínea y que por el simple hecho de ser el propietario se sube a un avión y, sin estar capacitado, entra en la cabina y asume el rol de capitán. Afortunadamente esto no sucede, y tampoco lo permitirían los pilotos, ya que es un riesgo para la vida de todos.

Ahora bien, si en la protección ejecutiva de la misma manera peligra la vida de todos los involucrados, ¿por qué los ejecutivos toman estas actitudes, mismas que no se les ocurrirían retomando el ejemplo del avión o inclusive si ponemos de ejemplo otro tipo de profesión?

Antes que nada, el ejecutivo, por lo general, está influenciado por dos falacias:

 

La primera: En la protección ejecutiva no se requiere de ningún tipo de conocimiento especializado más que saber golpear y disparar. Así que el ejecutivo puede mandar a su escolta conforme le plazca.

 

La segunda: Para tener protección es suficiente contar con un par de agentes armados sin alguna estructura o protocolo.

 

Por otro lado, los escoltas, administradores de seguridad, así como los empresarios de protección, no se oponen (como lo sí haría un piloto) a los caprichos del ejecutivo, a veces por ignorancia, pero, en la mayoría de los casos, por el temor de quedarse sin empleo (o sin su ganancia, en el caso de un empresario de seguridad). El resultado de todo este caos son escoltas muertos o heridos y ejecutivos secuestrados o asesinados, a veces hasta por sus propios protectores, como ocurrió en el caso del empresario mexicano Adolfo Lagos.

El primer paso para salir de esta crisis lo deben tomar los administradores de seguridad corporativa, al igual que los empresarios de seguridad que protegen a los clientes de forma particular.

 

En mi experiencia, los ejecutivos, por lo general, son personas inteligentes y capaces que entienden razones. Con los demás ni vale la pena trabajar. Después de un estudio de seguridad bien hecho, y con los fundamentos necesarios y bien presentados donde se explica con claridad el alcance del servicio y su lugar dentro del mismo, estarán dispuestos a colaborar. Este proceso está explicado a detalle en el libro Protección Ejecutiva en el Siglo XXI: La Nueva Doctrina.

 

De la misma manera que una persona necesita capacitación para convertirse en un escolta, un ejecutivo también necesita capacitación para convertirse en un protegido. De la misma forma en que una persona sin capacitación trabajando como protector es un riesgo, un ejecutivo sin capacitación que recibe protección es un peligro para sí mismo y para todo su equipo de seguridad, al igual que para su familia.

 

Es por esto que una estructura operativa bien desarrollada, escoltas y administradores de seguridad bien capacitados y un ejecutivo bien concientizado son la clave para una protección ejecutiva exitosa.